miércoles, 11 de abril de 2012

Se terminó la pesadilla



Sentado en la parte trasera del coche de policía, sonreía. Las esposas le apretaban, pero era un dolor tan pequeño comparado con el que llevaba años sufriendo que incluso le gustaba. Se acabó la pesadilla. Aquellos pequeños hijos de puta habían pagado por todo el daño que le habían provocado. Se sentía por fin liberado. A pesar de ser muy consciente de lo que le esperaba a partir de ahora, se sintió feliz. Desde párvulos, sentir la campana del recreo o el fin de clase se había convertido en la hora maldita. La hora donde ningún mayor podía ver como aquellos dos psicópatas se cebaban con él. La hora en la que sufría golpes, robos, insultos, humillaciones, vejaciones y miles de salvajadas que fueron a peor conforme pasaban los años.

Pensaba en la reacción de sus padres cuando les llamaran para comunicarles lo que su hijo había hecho. Esperaba que no se enfadaran con él. Entendería que se asustasen, que sufrieran, que llorasen, pero nunca que lo culparan. No había otra forma de pararlos, pensó. Ellos eran conscientes de lo mucho que su hijo sufría. Habían intentado solucionarlo de mil maneras. Hablaron con los profesores, con los dos cabrones, con los padres de estos y con el director del colegio. Siempre fue para peor. Tras el insulto de chivato, llegaban los golpes cada vez con mayor odio. Llegó un punto en que ocultaba todo lo que le hacían e intentaba mostrarse como un niño normal cuando estaba en casa. Fingir el daño psíquico lo tenía muy controlado. El físico no eran tan sencillo.

Cada noche, al acostarse, soñaba despierto con terminar con aquella pesadilla. En ocasiones solo les devolvía los golpes hasta que terminaban respetándole. Otras los torturaba hasta dejarlos tullidos. Dependía de lo que le hubiesen hecho ellos, sus sueños iban a peor. Había días que los mataba de las formas más crueles que puede imaginar una mente infantil. Aquel día, dejo de ser un sueño.

Ese día, en clase, nadie notó que estaba más distraído que otros días. Tampoco es que alguien se fijase en él si no era para ver como lo golpeaban. Era como si el odio que aquellos dos niños sentían por él sin motivo alguno se hubiese propagado por todo el colegio como una especie de gripe invernal. Aunque solo lo ignoraban. Ojala también lo hubieran hecho ellos. Pensaba en el cuchillo que había cogido de la cocina y que había escondido entre los libros que llevaba su mochila. Era el mismo cuchillo cuya hoja, muchos días había estado apoyado sobre sus muñecas, pero sin la suficiente fuerza como para acabar con su vida. ¿Por qué tenía que morir él?¿Qué mal había hecho?, todas esas preguntas volvieron a resurgir aquel día en clase. Sabía que si no acababa con ellos, otros podrían sufrir lo mismo que él. Sonó la campana y corrió al lavabo. Escondió el cuchillo en sus pantalones y se hizo un pequeño corte en la pierna. Le dolió, pero esta vez el daño lo convirtió en rabia. La rabia suficiente para tener el valor de hacer lo que se había propuesto. Salió a la calle, por primera vez en mucho tiempo con la cabeza alta. Se fue directo a por ellos. Sabía que el factor sorpresa sería importante. También era consciente de la diferencia de fuerza que había. Lo machacarían si no los pillaba despistados. No había diferencia entre el odio que sentía por ambos, así que se decidió por el más cercano. Saco el cuchillo del pantalón, la herida ya no dolía, puso la mano en su hombro y en cuanto se dio la vuelta arremetió con todas sus fuerzas a la altura del corazón. Saco el cuchillo y con dos pasos rápidos lo clavó de nuevo en el mismo lugar que al primero. Todos los niños empezaron a correr y le alegró ver que nadie les defendía, igual que nunca lo defendieron a él. Se sentó. Lloró. Nunca lo había hecho hasta ahora por muy fuerte que le hubiesen dado. Por más golpe que recibiese, jamás una sola lágrima había salido de sus ojos. Se terminó la pesadilla.


4 comentarios:

  1. Me has transportado treinta y pico años atrás, cuando estudiaba quinto o sexto de EGB. Cuando salíamos al patío siempre estaban los típicos hijos de puta q se metían con algún gordito o aguno a quién llamaban "paria", yo siempre intentaba defenderlos, no era maltrato físico, pero si psicològico, a veces pienso q habrá sido de esos ninos q en su día fueron infelices, y seguro, q si alguno hubiese hecho lo q el de tu historia, yo hasta lo hubiese entendido... Muchas gracias, crack, por hacerme saltar las lágrimas. Te quiero, chaval.

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  2. Wow! menudo post! Yo era de las que no soportaba ver cómo en el colegio se metían con el más débil, el "gafotas", "el orejas", etc., ¿de dónde vendrá tanto odio cuando somos tan pequeños? tanta falta de asertividad y de ponerse en el lugar del otro! Un post muy bien escrito y que te 'remueve' por dentro :)

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  3. ¡Buah! Los pelos de punta. Al leerlo, me ha recordado a hace bastantes años atrás cuando se metían conmigo por estar gordito. Nunca tuve el coraje de soltar una hostia (ahora no lo dudaría)pero ahora, al verme delgado, sano y ser alguien en la vida. Y luego ver que la mayoría de ellos enganchados a las drogas y tirados por las calles, el que se ríe soy yo.
    Me ha recordado también a esta canción de Poncho-k http://www.youtube.com/watch?v=d_2iRyMBo0w&ob=av3e .

    Como siempre, sublime tus entradas en el blog. Un abrazo.

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  4. Cuando iba al colegio era la cosa más mala del mundo. Y siempre me gustaba hacer lo mismo. En lugar de meterme con los débiles de la clase, con los que no se podian defender, me metia con los chulos que se metian con estos. Era gracioso ver como los que humillaban eran humillados. Nadie tiene derecha a pisotear a los demás. Aunque viene en la naturaleza del ser humano el conportarse a veces como un auténtico hijo de puta. Gran texto amigo, un abrazo.

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