lunes, 11 de junio de 2012

EL RARO


Terminó el libro. Cogió otro. Necesitaba la lectura como el yonki tiene la necesidad de consumir drogas compulsivamente. Los motivos de ambos eran los mismos. Escapar. Huir. Dejar que su vida de mierda siguiese funcionando, pero sin tener participación alguna. Que le jodan al mundo. El suyo estaba incrustado en tinta y papel.  Su cuerpo estaba en aquella butaca vieja que había rescatado de casa de sus padres. Su mente volaba por mundos literarios lejano a la realidad de los demás. En casa no tenía televisión. La gente se vuelve imbécil con ella. No sirve para evadirse, solo para desconectar. Pero él quería vivir. A su manera, pero vivir. Tenía la necesidad de viajar, de sufrir, de disfrutar. Reír. Llorar. Solo lo conseguía con sus libros. Pensaba que la vida nos transforma en todo aquello que de jóvenes detestamos. Preocupaciones, problemas, rutina, desidia. Innecesario cuando puedes disfrutar de la vida de los demás. Vidas imaginarias que contenían los alicientes necesarios para huir. ¿Quién coño quiere ser el vecino de al lado pudiendo ser cualquier detective de James Ellroy? ¿Como comparar la vida de los personajes de Arthur Conan Doyle con la de cualquier conocido que tuviese? Sus depresiones no eran como las de Wallander, ni tiene los cojones de Charlie Parker. Podía vivir las vidas de Roberto Bolaño, involucrarse en las mafias de Mario Puzzo, sentir miedo con Stephen King, realidades con García Márquez, emocionarse con Dickens, investigar con Agatha Christie, la locura de Lewis Carroll o las aventuras de Dafoe.  Sentía pena por las personas que se conformaban con tener un puesto de trabajo y coche en el garaje, para él, eso no tenía ningún mérito. Gilipollas resignados a ver pasar los días y que en más de una ocasión se habían reído de él por ser un tipo raro. Así lo definían, el ser extraño que le importaba una puta mierda la prensa deportiva pero que entraba en una librería y se le ponían los vellos de punta. El perro verde que no salía por las noches por estar sentado en su jodido sofá leyendo. El idiota que tenía carnet de la biblioteca en lugar de tener el de socio de un equipo de fútbol. El freak que leía mientras desayunaba en lugar de contar los polvos que había echado la noche anterior.  Muchas veces le venía a la mente una frase de Unamuno "Uno no es por lo que escribe, sino por lo que ha leído". No le extrañaba que el mundo estuviera lleno de gilipollas.