viernes, 24 de febrero de 2012

Todo lo contundente que sea necesario


Era una putada de las grandes. Actuar con contundencia aún resonaba en su cabeza. Personalmente era uno de ellos. Laboralmente era de los otros. En los cuatro años que lleva en el cuerpo le han tocado días muy duros. Este iba a ser lo siguiente a duro.
Mientras observaba a los chavales y no tan chavales pensaba en su familia. Su hermano  en el paro. Llevaba dos años en esa situación y no tenía pinta de mejorar. Había tenido que volver con sus padres y esta vez no iba solo. Llevaba un hijo y otro en camino.
Pensaba en sus padres. A su padre le quedaban dos años para jubilarse. La fábrica se mantenía en estos momentos tan difíciles. Su sueldo no pasaba de los mil doscientos euros después de llevar allí toda la vida. De este sueldo vivía su madre, ama de casa. También su hermano y familia.

Pensaba en el mismo. Hipotecado los próximos treinta años. No tenía mal sueldo, pero insuficiente para tener una vida holgada. El colegio de los críos, el coche, los recibos. Su mujer era profesora interina. Este año le habían dado plaza de media jornada. El año que viene ya se vería, habrá recortes en educación y muchas menos plazas.

Se sentía puteado y no podía decírselo a nadie. La porra temblaba en su mano. Al contrario de algún compañero, no disfrutaba con lo que allí iba a pasar. No tenía más remedio. Era su trabajo. Solo esperaba no tener que actuar con demasiada violencia. La orden era emplear la que hiciese falta.

Escuchaba por el auricular que llevaba en el oído izquierdo que era el momento. La mano dejó de temblar. Solo golpeaba. Se sentía afortunado por llevar el casco. Nadie podía ver que en sus ojos las lágrimas habían empezado a brotar. Golpeaba con la contundencia que sus responsables le habían pedido. Seguía pensando en su familia.

Ojala que no estuviesen ninguno de ellos en aquella plaza.

lunes, 20 de febrero de 2012

Mi mamá és mala

Mamá és mala. Mi papá siempre se lo dice. Por mucho que le castigue no cambia. Le pega y ella no aprende. Es más que mala. Mi papa esta enfermo y cada tarde cuando yo llego del colegio veo como se pone una goma en el brazo y se pincha su inyección. Mamá llora y le chilla. Él tiene que volver a castigarla para que entienda que esta malito. Pero ella es mala y llama a la policía para que se lo lleven. Papá, tarda unos días en regresar y llora mucho cuando nos ve. Nos abraza y nos pide perdón, pero yo soy listo y se que el no tiene la culpa de estar malo.

Hoy me ha llevado a un parque nuevo. Había amigos de mi papá que están malitos como él. También se pinchaban. Se han quedado medio dormidos y yo he recogido las agujas para que no se pinchen los niños. Luego he jugado mucho rato en el columpio y el tobogán. He jugado solo, no había ni un solo niño.

Hemos regresado a casa muy de noche. Estoy cansado y escucho a mi papá como si estuviese muy lejos. Me duermo casi de pie.

 Caigo rendido en la cama mientras escucho como mi papá tiene que volver a castigar a mamá. Pobrecillo.

viernes, 17 de febrero de 2012

¿Como pueden encoger los cuerpos?

El olor a orina le despertó. De nuevo volvía a estar la cama mojada por quinta noche seguida. Miro a Claudia. Tenía los ojos abiertos. Hacia más de una semana que pronunció sus últimas palabras, "recuerda tu promesa". Ya no habló más. El médico le dijo que era normal. Para Ramiro, lo normal era que estuviese bien. No merecía verse así. Recordaba su promesa.

Fue al baño, lleno con agua caliente la vieja palangana que Claudia llevo a casa cuando se fueron a vivir juntos. Tenían dieciséis años. De eso hacia setenta años. La sentó en la cama. Ella no lo miraba y él le quitó la ropa con la misma suavidad con la que la había tratado toda la vida. Ramiro, la puso en pie, mojo la esponja y la aseó.

La vistió, la peinó y la sentó en el sofá. Cambió las sábanas y metió las sucias en la lavadora, pero no quiso encenderla para no despertar a los vecinos. Aún eran las cinco y media de la mañana.

Le preparó un vaso de leche. Dos cucharadas de cacao y dos de azúcar. No recordaba cuantos años hacía que llevaba tomando el mismo desayuno. Mientras se lo daba, miraba la foto que había encima de la cómoda. Sus hijos. Llevaban dos meses sin venir. Llamaban cada dos semanas y mantenían conversaciones que no llegaban a los tres minutos. Tenían demasiado trabajo.

Ramiro, no olvidaba su promesa. La cumpliría como todas las promesas que había hecho en su vida. Se puso el traje que compró para la boda de su hijo el pequeño. Le quedaba grande tanto de mangas como de bajos. Pensó, en lo perra que es la vida, ¿Como pueden encoger los cuerpos?

Besó a Claudia en la frente cuando vio que ella sonreía. También lo hizo él. Le ayudó a tumbarse en la cama y se fue a la cocina. Abrió el gas. Volvió a la habitación y se tumbó al lado de Claudia. Le agarró la mano. Vio felicidad y tranquilidad en su rostro. Vio que sus labios se movían. Gracias, le pareció entender. La volvió a besar y le susurro al oído “promesa cumplida, nos vemos en un ratito”.


lunes, 6 de febrero de 2012

LOS RECUERDOS TAMBIÉN ARDEN


Ya esta rociada la gasolina por toda la casa. Que se jodan. Como el chiste de la canoa, ¡una mierda vais a hacer con mi piel! Para vosotros una propiedad más, para mi una vida de recuerdos. ¿Qué precio tienen los recuerdos? ¿Podía alguien avalarlos? Los recuerdos no valen dinero.

Recorro las habitaciones y siento como las lágrimas corren por mis mejillas. En la habitación de matrimonio, mi mujer. En la de mis hijos, los veo a ellos. En la cocina, estamos todos sentados alrededor de la mesa. Nunca más serán realidades.

Ahora, esta todo vacío, como la conciencia de algunos o los bolsillos de otros. Sin muebles, como el día que decidimos como decorarlo. Aquel día en el que nos imaginábamos mayores, tomando café junto a la ventana y viendo a nuestros nietos jugar. Ese futuro tiene un precio que no podemos pagar.

Enciendo la cerilla y observo como se consume la llama. Las vidas también se consumen cuando el ambiente no es el propicio. Y el amor. La suerte si existe también lo hace. Y el trabajo. A mi me pasó. Ahora estoy tirado como una cerilla.

Vuelvo a encender otra. Esta sí que arde como debe hacerlo. La llama corre por encima de la gasolina y sube por las paredes como una araña buscando una esquina. Los recuerdos impregnados en ellas arden deprisa.

Salgo deprisa de la casa de mis sueños y no me giro ¿Para qué? Mi familia tampoco mira. Me esperan en el coche con la cabeza agachada y sin una sola lágrima en sus ojos. Creo que las han gastado todas. Las mías deben de estar ardiendo dentro de la casa. Espero que nuestra próxima vida no acabe en llamas. Ya juré demasiadas veces, que esto nunca ocurriría.

sábado, 4 de febrero de 2012

LO QUE SE SIEMBRA


Esa relación ya no empezaba bien. Su primera cita y ya estaba jodiéndolo por quedar a las diez de la mañana. El no madrugaba ni para ir a buscar dineros. Pero haría el esfuerzo por esta vez. Esa chica le gustaba de verdad y estaba dispuesto a dejar de lado algún caprichito, al menos hoy.
Se levantó vestido, siempre lo hacía menos los miércoles y domingos que se cambiaba de ropa. Era martes y vestirse era una cosa menos que le tocaría hacer. Entró en el cuarto de baño. Se sentía orgulloso por lo ordenado y limpio que estaba todo; su madre hacía una semana que lo había dejado nuevo y él tenía muy claro que  “no es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia”.
Saco un botellín de whisky que tenía en el armario que utilizaba para guardar trastos. Se echó un buche a la boca y escupió en la pica del lavabo salpicando el cristal. Algo le tenía que dejar a su madre para cuando le volviese a tocar la limpieza.
Llenó sus manos de colonia “Nenuco” (era la única que le gustaba). Emborrachó su pelo, su ropa, las axilas, e incluso puso unos centilitros dentro de sus calzoncillos, que le provocaron un escozor que le hicieron chillar como a un energúmeno.
Cuando bajó a la calle se colocó las gafas para que los rayos del sol no le destrozasen la vista. Nunca salía antes del telediario de las 21 y la mala hostia se estaba adueñando de él. Empezaba a ser demasiado lo que estaba haciendo por una chica.
Paró en la tasca que tenía debajo de casa. Necesitaba alguna ayuda para acudir a su cita.
-¡Hombre Josele! Benditos los ojos que te ven a estas horas- Dijo Ángel, el dueño del bar.
-Ya tío, hazme una foto porque no me vas a ver más- le contestó - Ponme un carajillo de anís del mono.
Después de tomárselo, pidió otro. El alcohol siempre le daba seguridad en si mismo y quería impresionar a aquella chica.
-Josele ¿no serás tú el que apesta a colonia de crío?- dijo Ángel, tapándose la nariz y poniendo cara de asco.
-No me jodas Ángel, que es muy temprano.- Miró el reloj, llegaba media hora tarde, así que se dio la vuelta y se marchó- Luego me paso para pagarte,¡y deja de echar ambientador cabrón, que no huele tan mal!
Había quedado en una cafetería que no le quedaba muy lejos de su casa. Por fin la iba a conocer en persona, después de dos semanas chateando con ella. Al principio no confiaba mucho en esas páginas para encontrar amistad, eso era de maricones, solía decir él, pero esa chica le llegó al corazón, nada más verla.
Cuando llegó a la cafetería vio que en ninguna mesa había nadie. Tan solo en la barra había una señora mayor que estaba tomándose un cortado.

Se acerco a la barra y le preguntó a la camarera.

-Perdona, ¿Sabes si ha estado aquí una chica? con un pañuelo rojo en el cuello?
-¿Eres Josele?-le respondió la camarera, con un sonrisa que si Josele fuese más listo se hubiera dado cuenta que no escondía nada bueno.
-Sí- respondió el extrañado.
-Han dejado esto para ti- le dio un sobre blanco, que ponía “Para Josete, con cariño”
Lo abrió y leyó su contenido:

“Querido Josele
Vaya chasco ¿no?, que gilipollas eres. ¿Te dije que me vengaría por aquel día que me dijiste que era una zorra? ¿No era lo suficiente mujer para ti? ¿Mi coeficiente era bastante simple, verdad? ¿Necesitabas una mujer más inteligente a tu lado? Tres meses contigo y aprendes bien lo que es ser un mierda.

Recoge lo que has sembrado.

Sonia”

Josele se puso rojo como un tomate, las venas del cuello empezaban a hinchársele y los ojos se le inyectaron en sangre.
Dio un golpe encima de la barra y se marchó dando un portazo que hizo retumbar todo el local.
-Que pestazo a colonia de niño ¿no?- dijo la abuelita que tomaba el cortado, a la camarera.