Sin querer ser optimista
Abrió
los ojos y miró el reloj. Las doce de la noche. Le costaría volver a coger el
sueño. Se incorporó en el duro sofá que ya empezaba a coger su forma y miró a
su hijo. Dormía. Le parecía increíble que durmiese una noche, más de tres horas
seguidas. Igual era una buena señal. Tampoco quería ser optimista.
Llevaban
tres meses en aquella habitación que intentaba ser agradable pero no lo
conseguía. ¿Podía ser agradable un calabozo o una celda de un penal? Así se
sentía, como si en lugar de estar en un hospital estuviese encerrada para pagar
por algo que hizo en el pasado y que aún no sabía que era. Tenía todo el tiempo
del mundo para pensar en ello, pero aún no había conseguido averiguar el por
qué de aquel castigo. Y si así fuese, si por lo que sea sí que lo merecía ¿Qué
culpa tenía su hijo?¿Qué culpan tenían aquellas familias que se habían
convertido en sus mejores amigos y que también estaban en aquella planta?¿Qué
culpa tenían los hijos e hijas de estos?
Habló
con la enfermera para que le echara un ojo al niño y bajo a fumarse un cigarro.
Era la primera noche que bajaba a la calle en el último mes. Hacía frío pero no
le molestaba, lo necesitaba. La vista la tenía fija en la ventana de la
habitación, sabía que si la luz se encendía, debería volver corriendo. Tenía
ganas de que llegase el fin de semana para que viniese su marido. Un fin de
semana si, otro no. No se podían permitir el viaje de quinientos km más a
menudo. Su marido tampoco podía permitirse faltar a trabajar. Bastante tenían ya
con que ella hubiese perdido su puesto en la fábrica. Su empresa lo tuvo muy
claro cuando hubo que decidir si renovar su contrato o no. Le comunicaron, que no
podían tener a una trabajadora de contrato que faltase dos meses. La luz de la
habitación no se encendió y se sintió feliz por un momento.
Paró en
el lavabo y se miró en el espejo. No sabía ni el peso que había perdido. Solía
cenar algún bocadillo. Un plato, tan solo cuando sobraba alguna bandeja y las
enfermeras se la ofrecían. Era mucho el dinero que costaba comer todos los días
fuera de casa. Eran pocos los días que las noticias de la evolución de su hijo
no le cerraban el estómago.
Llegó a
la planta y la enfermera le sonrió, sobraban las palabras. Había aprendido a
leer en los rostros cuando había alguna novedad. Normalmente, siempre para mal.
Aquella noche, por primera vez en muchas noches no fue así.
Su hijo
seguía durmiendo. Se preguntaba si soñaría. Los dos primeros meses de su vida
los pasó ingresado, un mes en casa y tres más en el hospital. Pruebas, pinchazos
y dos operaciones. Prefería que no soñase, mejor que durmiese tranquilo y
descansara.
Se
volvió a tumbar en el sillón e intentó conciliar el sueño. Pensaba en el
futuro. Los médicos le habían comunicado que, si el niño salía adelante, nunca
sería como los demás. Tendría sus limitaciones. Todos tenemos limitaciones,
pensaba ella. El amor que sentía por él era ilimitado. Se durmió con aquel
pensamiento.
Abrió los ojos y miró el reloj. Las seis de la mañana. Se sentía descansada. Miró a su hijo y vio que estaba despierto. No lloraba. Se miraron. Ambos sonreían. Igual era una buena señal. Tampoco quería ser optimista
Lesbian Vampire Killers -
La cruda realidad de muchos padres, familias, del dia a dia en muchos hospitales. Nunca pensamos que nos va a tocar pero ahí están...
ResponderEliminarMUy buena hostoria, un final esperanzador y una realidad amarga. Real, que es como a mi me gustan.
Aprovecho para decirte que he enlazado tu blog en el mio..Que menos.
Un abrazo amigo.
Esta vez no voy a decir nada. Tengo los pelos de punta y estoy sin palabras.
ResponderEliminarUn abrazo.
Q decir ante esta cruda realidad, la vida nos pone muchas trabas, pero creo q esta historia relata una de las peores q te pueden suceder...
ResponderEliminarYo q soy padre, y gracias a dios, ni me ha ovurrido, ni espero q me ocurra,siento verdadero pánico a q me pudiera suceder...
Enhorabuena, es un relato, con mucha sensibilidad. Felicidades...