viernes, 30 de marzo de 2012

Sin querer ser optimista


Abrió los ojos y miró el reloj. Las doce de la noche. Le costaría volver a coger el sueño. Se incorporó en el duro sofá que ya empezaba a coger su forma y miró a su hijo. Dormía. Le parecía increíble que durmiese una noche, más de tres horas seguidas. Igual era una buena señal. Tampoco quería ser optimista.

Llevaban tres meses en aquella habitación que intentaba ser agradable pero no lo conseguía. ¿Podía ser agradable un calabozo o una celda de un penal? Así se sentía, como si en lugar de estar en un hospital estuviese encerrada para pagar por algo que hizo en el pasado y que aún no sabía que era. Tenía todo el tiempo del mundo para pensar en ello, pero aún no había conseguido averiguar el por qué de aquel castigo. Y si así fuese, si por lo que sea sí que lo merecía ¿Qué culpa tenía su hijo?¿Qué culpan tenían aquellas familias que se habían convertido en sus mejores amigos y que también estaban en aquella planta?¿Qué culpa tenían los hijos e hijas de estos?

Habló con la enfermera para que le echara un ojo al niño y bajo a fumarse un cigarro. Era la primera noche que bajaba a la calle en el último mes. Hacía frío pero no le molestaba, lo necesitaba. La vista la tenía fija en la ventana de la habitación, sabía que si la luz se encendía, debería volver corriendo. Tenía ganas de que llegase el fin de semana para que viniese su marido. Un fin de semana si, otro no. No se podían permitir el viaje de quinientos km más a menudo. Su marido tampoco podía permitirse faltar a trabajar. Bastante tenían ya con que ella hubiese perdido su puesto en la fábrica. Su empresa lo tuvo muy claro cuando hubo que decidir si renovar su contrato o no. Le comunicaron, que no podían tener a una trabajadora de contrato que faltase dos meses. La luz de la habitación no se encendió y se sintió feliz por un momento.

Paró en el lavabo y se miró en el espejo. No sabía ni el peso que había perdido. Solía cenar algún bocadillo. Un plato, tan solo cuando sobraba alguna bandeja y las enfermeras se la ofrecían. Era mucho el dinero que costaba comer todos los días fuera de casa. Eran pocos los días que las noticias de la evolución de su hijo no le cerraban el estómago.

Llegó a la planta y la enfermera le sonrió, sobraban las palabras. Había aprendido a leer en los rostros cuando había alguna novedad. Normalmente, siempre para mal. Aquella noche, por primera vez en muchas noches no fue así.

Su hijo seguía durmiendo. Se preguntaba si soñaría. Los dos primeros meses de su vida los pasó ingresado, un mes en casa y tres más en el hospital. Pruebas, pinchazos y dos operaciones. Prefería que no soñase, mejor que durmiese tranquilo y descansara.

Se volvió a tumbar en el sillón e intentó conciliar el sueño. Pensaba en el futuro. Los médicos le habían comunicado que, si el niño salía adelante, nunca sería como los demás. Tendría sus limitaciones. Todos tenemos limitaciones, pensaba ella. El amor que sentía por él era ilimitado. Se durmió con aquel pensamiento.
Abrió los ojos y miró el reloj. Las seis de la mañana. Se sentía descansada. Miró a su hijo y vio que estaba despierto. No lloraba. Se miraron. Ambos sonreían. Igual era una buena señal. Tampoco quería ser optimista




Lesbian Vampire Killers -

viernes, 23 de marzo de 2012

Felicidades Krasy


Krasy, jamás pensó que cumpliría los diecisiete años en una carretera de mala muerte, mientras esperaba que algún viejo de mierda parara su coche para saciar su apetito sexual. Nadie la iba a felicitar porque nadie sabía que día era, ni que solo cumplía diecisiete. Aparentaba al menos uno o dos más. Suficiente para que lo que hacía, fuese legal.


Su profesión era como la de los futbolistas, llegas a una edad en la que ya nadie te quiere. Pero a ella aún le quedaban años para eso. Había muchos clientes que la querían. Se sentía desgraciada por ello.


Echaba mucho de menos a su madre. Murió de pena. Su marido consiguió que así fuese. Hizo que no valiese la pena luchar ni tan siquiera por sus hijos, le asesinó la alegría y las ganas de vivir. Krazy fue feliz cuando su padre la vendió a esa gente. No quería seguir viviendo en ese infierno y menos si ya no estaba su madre. Ahora se preguntaba que era peor.


Veía pasar los coches y deseaba que no parase ninguno. Quería estar sola mientras pensaba las consecuencias de contar a alguien su edad o como había llegado hasta allí. Si la venganza fuera su muerte valdría la pena. Si era dolor, había que pensarlo mucho más. Castigo físico ya sabía lo que era, lo conocía desde que nació. Pero esta gente no se contentaba con hostiarle para descargar odio como hacía su padre. Querían que los golpes sirvieran de escarmiento y para ello se empleaban a fondo. Paso una semana en cama con varias costillas y un brazo roto. Jamás golpeaban en la cara. Nadie se paraba si había un labio partido o un ojo morado. Creía que era más fácil acostumbrarse a esa vida que cambiarla.


 Krazy, maldecía no aparentar la edad que tenía. Solo lo mucho que había sufrido ya le ponía años encima. Felicidades Krazy. Ella misma se felicitaba con rabia. Nadie lo iba a hacer. Desgraciadas felicidades Krazy.




lunes, 5 de marzo de 2012

Seis de largo, cuatro de ancho


Tercera noche sin dormir. Félix, daba vueltas en la celda. Cuatro pasos de ancho, seis de largo. Calculaba que llevaba recorrida la distancia que había entre su casa y la prisión. Seis de largo, cuatro de ancho. Una vez y otra más. Dormir no entraba en sus planes. En su cabeza ya no había planes.

El director de la prisión le comunicó el accidente. Félix, mientras le daban la noticia, intentaba averiguar si aquellas palabras sonaban a burla o escondían sarcasmo. Por suerte para los dos no fue así. Sus padres muertos. Accidente. Camino de la prisión. Solo memorizó estas tres frases y el rostro del director. No. Sonaron a pena.



Cuatro de ancho, seis de largo



 Sentía correr la sangre por la camiseta. Estuvo dos horas rasgando su espalda contra la zona más rugosa de la pared. "Others pay" (Otros lo pagarán). Las palabras tatuadas en su espalda cobraban sentido. Dolían más que la herida. Le vino una arcada, pero no dejo de caminar.

No quiso ir al entierro. No podría aguantar la mirada de su hermano. No quería pasar también por eso. Su hermano, seguramente tampoco aguantaría su mirada. Sentimiento, demasiado duro. Félix, cerraba los ojos. Imaginaba a su padre conduciendo su viejo Renault y preguntando a su madre cuando o donde se habían equivocado para que su hijo acabara así. Seguramente, su madre se pondría a llorar y su padre perdería la visión cuando las lágrimas también inundaran sus ojos. Seguramente, se miraron antes de estrellarse sabiendo que aquel era el precio a pagar por tener un hijo así. Su hermano, también tenía que pagar un alto precio. Su hermano, lo había dejado huérfano.



Seis de largo, cuatro de ancho



Félix, no culpaba a nadie. Félix, solo culpaba a Félix. Sus padres fueron buenos padres, trabajadores incansables que lucharon por sacar a sus dos hijos adelante. Félix, siempre los vio como perdedores de vidas sencillas incapaces de llegar a donde él iba a llegar. Dejó de andar. No era esto lo que esperaba. Podrirse en una mierda de celda de cuatro pasos de ancho por seis de largo no era la idea. Robar era para hacerse un nombre. Tenía amigos que lo consiguieron. Ellos, estaban en la calle disfrutando. Sus padres iban a ver al perdedor que tenían por hijo. Fue uno de estos amigos el que apretó el gatillo y Félix como no era un chivato, pagaba las consecuencias. Menuda mierda de nombre se había hecho. Él era el único responsable. Gilipollas, era su nombre.





Cuatro de ancho, seis de largo.



Félix, ya no pensaba. Solo golpeaba la pared. Izquierda, derecha. Destrozaba sus nudillos mientras pedía perdón a gritos. Por fin salían las lágrimas y no por el dolor de las manos.

"Other pay" pasaba a ser una herida sin curar que llevaría para siempre en su espalda. También en su alma.