Se terminó la pesadilla
Sentado
en la parte trasera del coche de policía, sonreía. Las esposas le apretaban,
pero era un dolor tan pequeño comparado con el que llevaba años sufriendo que
incluso le gustaba. Se acabó la pesadilla. Aquellos pequeños hijos de puta
habían pagado por todo el daño que le habían provocado. Se sentía por fin
liberado. A pesar de ser muy consciente de lo que le esperaba a partir de
ahora, se sintió feliz. Desde párvulos, sentir la campana del recreo o el fin
de clase se había convertido en la hora maldita. La hora donde ningún mayor
podía ver como aquellos dos psicópatas se cebaban con él. La hora en la que
sufría golpes, robos, insultos, humillaciones, vejaciones y miles de salvajadas
que fueron a peor conforme pasaban los años.
Pensaba
en la reacción de sus padres cuando les llamaran para comunicarles lo que su
hijo había hecho. Esperaba que no se enfadaran con él. Entendería que se
asustasen, que sufrieran, que llorasen, pero nunca que lo culparan. No había
otra forma de pararlos, pensó. Ellos eran conscientes de lo mucho que su hijo
sufría. Habían intentado solucionarlo de mil maneras. Hablaron con los
profesores, con los dos cabrones, con los padres de estos y con el director del
colegio. Siempre fue para peor. Tras el insulto de chivato, llegaban los golpes
cada vez con mayor odio. Llegó un punto en que ocultaba todo lo que le hacían e
intentaba mostrarse como un niño normal cuando estaba en casa. Fingir el daño
psíquico lo tenía muy controlado. El físico no eran tan sencillo.
Cada
noche, al acostarse, soñaba despierto con terminar con aquella pesadilla. En
ocasiones solo les devolvía los golpes hasta que terminaban respetándole. Otras
los torturaba hasta dejarlos tullidos. Dependía de lo que le hubiesen hecho
ellos, sus sueños iban a peor. Había días que los mataba de las formas más
crueles que puede imaginar una mente infantil. Aquel día, dejo de ser un sueño.
Ese día,
en clase, nadie notó que estaba más distraído que otros días. Tampoco es que alguien
se fijase en él si no era para ver como lo golpeaban. Era como si el odio que
aquellos dos niños sentían por él sin motivo alguno se hubiese propagado por
todo el colegio como una especie de gripe invernal. Aunque solo lo ignoraban. Ojala
también lo hubieran hecho ellos. Pensaba en el cuchillo que había cogido de la
cocina y que había escondido entre los libros que llevaba su mochila. Era el
mismo cuchillo cuya hoja, muchos días había estado apoyado sobre sus muñecas,
pero sin la suficiente fuerza como para acabar con su vida. ¿Por qué tenía que
morir él?¿Qué mal había hecho?, todas esas preguntas volvieron a resurgir aquel
día en clase. Sabía que si no acababa con ellos, otros podrían sufrir lo mismo
que él. Sonó la campana y corrió al lavabo. Escondió el cuchillo en sus
pantalones y se hizo un pequeño corte en la pierna. Le dolió, pero esta vez el
daño lo convirtió en rabia. La rabia suficiente para tener el valor de hacer lo
que se había propuesto. Salió a la calle, por primera vez en mucho tiempo con
la cabeza alta. Se fue directo a por ellos. Sabía que el factor sorpresa sería
importante. También era consciente de la diferencia de fuerza que había. Lo
machacarían si no los pillaba despistados. No había diferencia entre el odio
que sentía por ambos, así que se decidió por el más cercano. Saco el cuchillo
del pantalón, la herida ya no dolía, puso la mano en su hombro y en cuanto se
dio la vuelta arremetió con todas sus fuerzas a la altura del corazón. Saco el
cuchillo y con dos pasos rápidos lo clavó de nuevo en el mismo lugar que al
primero. Todos los niños empezaron a correr y le alegró ver que nadie les
defendía, igual que nunca lo defendieron a él. Se sentó. Lloró. Nunca lo había
hecho hasta ahora por muy fuerte que le hubiesen dado. Por más golpe que
recibiese, jamás una sola lágrima había salido de sus ojos. Se terminó la
pesadilla.
Me has transportado treinta y pico años atrás, cuando estudiaba quinto o sexto de EGB. Cuando salíamos al patío siempre estaban los típicos hijos de puta q se metían con algún gordito o aguno a quién llamaban "paria", yo siempre intentaba defenderlos, no era maltrato físico, pero si psicològico, a veces pienso q habrá sido de esos ninos q en su día fueron infelices, y seguro, q si alguno hubiese hecho lo q el de tu historia, yo hasta lo hubiese entendido... Muchas gracias, crack, por hacerme saltar las lágrimas. Te quiero, chaval.
ResponderEliminarWow! menudo post! Yo era de las que no soportaba ver cómo en el colegio se metían con el más débil, el "gafotas", "el orejas", etc., ¿de dónde vendrá tanto odio cuando somos tan pequeños? tanta falta de asertividad y de ponerse en el lugar del otro! Un post muy bien escrito y que te 'remueve' por dentro :)
ResponderEliminar¡Buah! Los pelos de punta. Al leerlo, me ha recordado a hace bastantes años atrás cuando se metían conmigo por estar gordito. Nunca tuve el coraje de soltar una hostia (ahora no lo dudaría)pero ahora, al verme delgado, sano y ser alguien en la vida. Y luego ver que la mayoría de ellos enganchados a las drogas y tirados por las calles, el que se ríe soy yo.
ResponderEliminarMe ha recordado también a esta canción de Poncho-k http://www.youtube.com/watch?v=d_2iRyMBo0w&ob=av3e .
Como siempre, sublime tus entradas en el blog. Un abrazo.
Cuando iba al colegio era la cosa más mala del mundo. Y siempre me gustaba hacer lo mismo. En lugar de meterme con los débiles de la clase, con los que no se podian defender, me metia con los chulos que se metian con estos. Era gracioso ver como los que humillaban eran humillados. Nadie tiene derecha a pisotear a los demás. Aunque viene en la naturaleza del ser humano el conportarse a veces como un auténtico hijo de puta. Gran texto amigo, un abrazo.
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