viernes, 17 de febrero de 2012

¿Como pueden encoger los cuerpos?

El olor a orina le despertó. De nuevo volvía a estar la cama mojada por quinta noche seguida. Miro a Claudia. Tenía los ojos abiertos. Hacia más de una semana que pronunció sus últimas palabras, "recuerda tu promesa". Ya no habló más. El médico le dijo que era normal. Para Ramiro, lo normal era que estuviese bien. No merecía verse así. Recordaba su promesa.

Fue al baño, lleno con agua caliente la vieja palangana que Claudia llevo a casa cuando se fueron a vivir juntos. Tenían dieciséis años. De eso hacia setenta años. La sentó en la cama. Ella no lo miraba y él le quitó la ropa con la misma suavidad con la que la había tratado toda la vida. Ramiro, la puso en pie, mojo la esponja y la aseó.

La vistió, la peinó y la sentó en el sofá. Cambió las sábanas y metió las sucias en la lavadora, pero no quiso encenderla para no despertar a los vecinos. Aún eran las cinco y media de la mañana.

Le preparó un vaso de leche. Dos cucharadas de cacao y dos de azúcar. No recordaba cuantos años hacía que llevaba tomando el mismo desayuno. Mientras se lo daba, miraba la foto que había encima de la cómoda. Sus hijos. Llevaban dos meses sin venir. Llamaban cada dos semanas y mantenían conversaciones que no llegaban a los tres minutos. Tenían demasiado trabajo.

Ramiro, no olvidaba su promesa. La cumpliría como todas las promesas que había hecho en su vida. Se puso el traje que compró para la boda de su hijo el pequeño. Le quedaba grande tanto de mangas como de bajos. Pensó, en lo perra que es la vida, ¿Como pueden encoger los cuerpos?

Besó a Claudia en la frente cuando vio que ella sonreía. También lo hizo él. Le ayudó a tumbarse en la cama y se fue a la cocina. Abrió el gas. Volvió a la habitación y se tumbó al lado de Claudia. Le agarró la mano. Vio felicidad y tranquilidad en su rostro. Vio que sus labios se movían. Gracias, le pareció entender. La volvió a besar y le susurro al oído “promesa cumplida, nos vemos en un ratito”.


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