-¿Estás nervioso?-me preguntó mi novia, Elena.
-Para nada, a tu lado se me van todos los nervios- Mentí.
Iba a conocer a su familia y no podía estar tranquilo. No
era sólo por como serían, era lo que menos me preocupaba tal y como era ella. Seguro
que tenían que ser un encanto. Lo que realmente me preocupaba era lo que esto
significaba. Nuestra relación estaba dando uno de los pasos más importantes que
se dan en una pareja.
Estábamos delante de la puerta de su casa, Elena me dio un beso
y me miró con esos ojos que me tenían tan enamorado desde la primera vez que
los vi.
Sacó las llaves del bolso y abrió la puerta. Entramos y recorrimos
un largo pasillo hasta llegar al comedor donde estaban sus padres y sus dos
hermanos.
-Papa, mamá, este es Esteban -Elena hizo la presentación.
-Hola Esteban, soy Miriam, la mamá de Elena -la madre me dio
la mano y me dedicó una sonrisa cariñosa.
-¿Qué tal?-El padre no me dijo el nombre y olvidó la sonrisa
cariñosa.
-Estos dos que parece que no se han dado cuenta de nuestra
presencia, son mi hermano mayor Juan y mi hermano pequeño Óscar.
-Hola -dije yo. Ninguno se dignó ni siquiera a mirarme. Estaban
mirando una película de dibujos en la televisión.
-Sentaros aquí en el sofá ¿queréis tomar algo? -dijo su
madre que todavía no había quitado esa sonrisa que tanto me recordaba a una vendedora
de seguros.
-Yo quiero una Coca Cola ¿quieres tú otra Esteban? –me preguntó
Elena.
-Bien -Soy una persona muy vergonzosa y me costaba articular
más palabras o construir frases más extensas.
-¿No prefieres una cerveza? -me preguntó el padre de Elena.
-No, gracias, no bebo.
-¿No bebes cerveza? -el padre me estudiaba con la mirada,
había desconfianza en ella.
-Nada que lleve alcohol -seguramente aquello era una
pregunta trampa, así que tenía que ir con cuidado.
-¡Puff! -el padre soltó un resoplido.
-Mamá, te voy a ayudar a traer las bebidas -dijo Elena
levantándose para seguir a su madre hasta la cocina.
“!No te vayas, no me dejes solo¡” yo intentaba decírselo con
la mirada pero, o me dejé alguna palabra visual o que su padre y sus hermanos
se quedaran a solas conmigo era un ritual indispensable en aquella casa.
-Y bien -empezó a
decir aquel hombre que seguía retándome con la mirada, aunque ya se había dado cuenta
de que había ganado la batalla desde el principio- ya me ha dicho Elena que
trabajas en el hospital de la
Paz.
-Sí, llevo cuatro años allí.
-Yo voy mucho a ese hospital -por fin escuchaba la voz del
hermano mayor, aunque seguía sin apartar la vista de aquellos dibujos-¿Eres
médico?
-No, trabajo en mantenimiento.
-Yo odio a los médicos, son todos unos cabrones hijos de
puta-por fin me miraba, aunque más me hubiese valido que no lo hubiese hecho.
Tenía los ojos como inyectados en sangre. Era una mirada que asustaría al mismo
diablo.
-¡No hables así Juan! -dijo el padre - Mi hijo ha tenido
unos pequeños problemas mentales, pero ahora esta bastante mejor.
-Me alegro –Contesté. La mirada de mi suegro se endureció-
Me refiero a que esté mejor, no a sus problemas mentales, claro.-Cagada.
Se hizo un silencio incómodo ¿por qué coño no venía Elena?
-Entonces trabajas en el mantenimiento del hospital, no
bebes, pareces un buen chaval, creo que Elena ha tenido suerte -dijo el padre,
esta vez más relajado.
Yo no sabía que contestar, así que me limité a sonrojarme y sonreír.
-Los médicos son todos unos malnacidos -el hermano Juan
volvía a la carga.
-Cállate tarado -ya empezaba a pensar que el pequeño era
mudo, pero no.
-La próxima vez que vaya al hospital mataré algún médico -Juan
no movía más que sus labios, era como si no estuviese allí con nosotros, como si
su ya estuviese torturando a alguno de los de la bata blanca..
-Papá, dile a este gilipollas que se calle, no me deja ver
los dibujos.
-¿Queréis callaros los dos de una puta vez? -mi suegro se
levantó y empezó a darles fuertes golpes con la mano abierta en la cabeza.
Me quedé helado. Yo estaba en el mismo sofá que los dos chavales
y la situación me pareció muy incómoda. “!!Elena, vuelve¡¡”.
Juan no era ningún crío, podría tener mi edad tranquilamente,
unos veinticinco años y Óscar, rondaría los dieciocho, pero ninguno se inmutaba
cuando su padre les golpeaba. Ni siquiera trataban de protegerse.
Mi suegro volvió a su asiento con toda la tranquilidad del
mundo. En su cara no había muestras de nerviosismo ni preocupación. Podría
afirma que estaba más relajado ahora que cuando entré en su casa.
Elena volvió con una bandeja con las bebidas.
-¿Qué papa, no habrás amenazado a Esteban como en las
películas, “si no cuidas a mi hija…? -Elena imitaba una voz masculina y reía. A
mí no me hizo ninguna gracia.
-Sabes que yo no soy así hija -me miró y me guiñó un ojo.
Los dos hermanos seguían viendo la televisión con la misma
postura que tenían cuando llegamos.
La madre de Elena traía un vaso de tubo lleno de un líquido
que parecía whisky y al que daba largos tragos.
-Mi niña, os quedaréis a cenar ¿verdad? -dijo la madre y se
bebió más de medio.
-No mamá, hemos quedado con unos amigos a cenar y nos tenemos
que marchar ya.
-Pero si no ha dado tiempo a… ¡ups! -a mi suegra le vino una
especie de hipo que no le permitió terminar la frase.
-No te preocupes mamá, ahora que ya lo conocéis vendrá más a
menudo -tal y como Elena iba pronunciando esas palabras yo iba pensando en lo
que eso significaba y me entro un miedo que no había sentido jamás. Terror.
-Sí, por supuesto, esto es el principio -yo no sabía ni qué
decir.
-¡Cuñaaaaao! - el pequeño, Óscar, empezó a chillarme al oído
riendo como un poseso.
-¡Los médicos son un montón de mierda, son unos matasanos! -y
ahora el que faltaba, el otro.
-Me voy a cagar en la puta de oros -el padre se levantó y
empezó a darles golpes de nuevo en la cabeza.
-Será mejor que nos vayamos – me dijo Elena- Mamá, nos
vamos.
La madre estaba totalmente dormida en el sofá, sin haber
soltado el vaso del cual ya no quedaba ni una sola gota.
Elena me dio la mano y me sacó de aquella locura sin
despedirnos de nadie. Llegamos hasta el coche con un silencio incómodo. Al final
fue ella la que me preguntó.
-¿Qué te ha parecido mi familia? -dijo Elena.
-Bueno, ¿quieres que sea sincero?
-Prefiero que hoy no lo seas.
-Pues, que son un verdadero encanto.-Los dos nos reímos a
carcajadas.
Yo seguía sin encontrarle la puta
gracia