miércoles, 16 de mayo de 2012

Sin encontrar la gracia


-¿Estás nervioso?-me preguntó mi novia, Elena.
-Para nada, a tu lado se me van todos los nervios- Mentí.

Iba a conocer a su familia y no podía estar tranquilo. No era sólo por como serían, era lo que menos me preocupaba tal y como era ella. Seguro que tenían que ser un encanto. Lo que realmente me preocupaba era lo que esto significaba. Nuestra relación estaba dando uno de los pasos más importantes que se dan en una pareja.

Estábamos delante de la puerta de su casa, Elena me dio un beso y me miró con esos ojos que me tenían tan enamorado desde la primera vez que los vi.
Sacó las llaves del bolso y abrió la puerta. Entramos y recorrimos un largo pasillo hasta llegar al comedor donde estaban sus padres y sus dos hermanos.

-Papa, mamá, este es Esteban -Elena hizo la presentación.
-Hola Esteban, soy Miriam, la mamá de Elena -la madre me dio la mano y me dedicó una sonrisa cariñosa.
-¿Qué tal?-El padre no me dijo el nombre y olvidó la sonrisa cariñosa.
-Estos dos que parece que no se han dado cuenta de nuestra presencia, son mi hermano mayor Juan y mi hermano pequeño Óscar.
-Hola -dije yo. Ninguno se dignó ni siquiera a mirarme. Estaban mirando una película de dibujos en la televisión.
-Sentaros aquí en el sofá ¿queréis tomar algo? -dijo su madre que todavía no había quitado esa sonrisa que tanto me recordaba a una vendedora de seguros.
-Yo quiero una Coca Cola ¿quieres tú otra Esteban? –me preguntó Elena.
-Bien -Soy una persona muy vergonzosa y me costaba articular más palabras o construir frases más extensas.
-¿No prefieres una cerveza? -me preguntó el padre de Elena.
-No, gracias, no bebo.
-¿No bebes cerveza? -el padre me estudiaba con la mirada, había desconfianza en ella.
-Nada que lleve alcohol -seguramente aquello era una pregunta trampa, así que tenía que ir con cuidado.
-¡Puff! -el padre soltó un resoplido.
-Mamá, te voy a ayudar a traer las bebidas -dijo Elena levantándose para seguir a su madre hasta la cocina.
“!No te vayas, no me dejes solo¡” yo intentaba decírselo con la mirada pero, o me dejé alguna palabra visual o que su padre y sus hermanos se quedaran a solas conmigo era un ritual indispensable en aquella casa.
 -Y bien -empezó a decir aquel hombre que seguía retándome con la mirada, aunque ya se había dado cuenta de que había ganado la batalla desde el principio- ya me ha dicho Elena que trabajas en el hospital de la Paz.
-Sí, llevo cuatro años allí.
-Yo voy mucho a ese hospital -por fin escuchaba la voz del hermano mayor, aunque seguía sin apartar la vista de aquellos dibujos-¿Eres médico?
-No, trabajo en mantenimiento.
-Yo odio a los médicos, son todos unos cabrones hijos de puta-por fin me miraba, aunque más me hubiese valido que no lo hubiese hecho. Tenía los ojos como inyectados en sangre. Era una mirada que asustaría al mismo diablo.
-¡No hables así Juan! -dijo el padre - Mi hijo ha tenido unos pequeños problemas mentales, pero ahora esta bastante mejor.
-Me alegro –Contesté. La mirada de mi suegro se endureció- Me refiero a que esté mejor, no a sus problemas mentales, claro.-Cagada.
Se hizo un silencio incómodo ¿por qué coño no venía Elena?
-Entonces trabajas en el mantenimiento del hospital, no bebes, pareces un buen chaval, creo que Elena ha tenido suerte -dijo el padre, esta vez más relajado.
Yo no sabía que contestar, así que me limité a sonrojarme y sonreír.
-Los médicos son todos unos malnacidos -el hermano Juan volvía a la carga.
-Cállate tarado -ya empezaba a pensar que el pequeño era mudo, pero no.
-La próxima vez que vaya al hospital mataré algún médico -Juan no movía más que sus labios, era como si no estuviese allí con nosotros, como si su ya estuviese torturando a alguno de los de la bata blanca..
-Papá, dile a este gilipollas que se calle, no me deja ver los dibujos.
-¿Queréis callaros los dos de una puta vez? -mi suegro se levantó y empezó a darles fuertes golpes con la mano abierta en la cabeza.
Me quedé helado. Yo estaba en el mismo sofá que los dos chavales y la situación me pareció muy incómoda. “!!Elena, vuelve¡¡”.
Juan no era ningún crío, podría tener mi edad tranquilamente, unos veinticinco años y Óscar, rondaría los dieciocho, pero ninguno se inmutaba cuando su padre les golpeaba. Ni siquiera trataban de protegerse.
Mi suegro volvió a su asiento con toda la tranquilidad del mundo. En su cara no había muestras de nerviosismo ni preocupación. Podría afirma que estaba más relajado ahora que cuando entré en su casa.
Elena volvió con una bandeja con las bebidas.
-¿Qué papa, no habrás amenazado a Esteban como en las películas, “si no cuidas a mi hija…? -Elena imitaba una voz masculina y reía. A mí no me hizo ninguna gracia.
-Sabes que yo no soy así hija -me miró y me guiñó un ojo.
Los dos hermanos seguían viendo la televisión con la misma postura que tenían cuando llegamos.
La madre de Elena traía un vaso de tubo lleno de un líquido que parecía whisky y al que daba largos tragos.
-Mi niña, os quedaréis a cenar ¿verdad? -dijo la madre y se bebió más de medio.
-No mamá, hemos quedado con unos amigos a cenar y nos tenemos que marchar ya.
-Pero si no ha dado tiempo a… ¡ups! -a mi suegra le vino una especie de hipo que no le permitió terminar la frase.
-No te preocupes mamá, ahora que ya lo conocéis vendrá más a menudo -tal y como Elena iba pronunciando esas palabras yo iba pensando en lo que eso significaba y me entro un miedo que no había sentido jamás. Terror.
-Sí, por supuesto, esto es el principio -yo no sabía ni qué decir.
-¡Cuñaaaaao! - el pequeño, Óscar, empezó a chillarme al oído riendo como un poseso.
-¡Los médicos son un montón de mierda, son unos matasanos! -y ahora el que faltaba, el otro.
-Me voy a cagar en la puta de oros -el padre se levantó y empezó a darles golpes de nuevo en la cabeza.
-Será mejor que nos vayamos – me dijo Elena- Mamá, nos vamos.
La madre estaba totalmente dormida en el sofá, sin haber soltado el vaso del cual ya no quedaba ni una sola gota.
Elena me dio la mano y me sacó de aquella locura sin despedirnos de nadie. Llegamos hasta el coche con un silencio incómodo. Al final fue ella la que me preguntó.
-¿Qué te ha parecido mi familia? -dijo Elena.
-Bueno, ¿quieres que sea sincero?
-Prefiero que hoy no lo seas.
-Pues, que son un verdadero encanto.-Los dos nos reímos a carcajadas.
 Yo seguía sin encontrarle la puta gracia

4 comentarios:

  1. Jajaajaj. Muy buena, la situación perfectamente descrita. la verdad es que yo también las estaba pasando putas y en un momento dado hubiera deseado que, con tus letras, hubieras liquidado al padre y a los hermanos de una vez. Una situación que me atrevería a decir que si fuera representada en teatro sería para mearse de la risa. Ojalá nunca conozca ninguna Elena así, amigo.
    Muy bueno, como siempre. ¡Un abrazo!

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  2. Joder, como para ir todos los domingos. Una galleta se le escapa al padre fijo :O

    Nada tio, muy buena historia como siempre. Sigue así. ¡Un abrazo!;)

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  3. Como siempre:impecable.Haces ke me meta en la historia desde la 1ª frase.Eres un verdadero fenómeno.Por cierto,kién no ha vivido ese primer encuentro con el otro "bando"? Intercambio de banderines incluido... Un abrazo

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  4. ¿Por qué es la hija tan diferente a sus padres y hermanos?

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