Antonio sacó las llaves de casa
en el ascensor. Regresaba después de dos días sin aparecer por allí. Al cerrar
la puerta vio que todo estaba oscuro, excepto la luz del comedor que estaba
encendida. Le pareció raro, siempre encendían una lámpara pequeñita en lugar de
la grande que colgaba del techo, no necesitaban tanta luz para un comedor tan
pequeño. Se dirigió hacía allí. Vio que Ana estaba sentada en el sofá y llevaba
el abrigo puesto como si fuese a salir.
La miró fijamente y se extrañó
cuando vio que junto al sofá también había el juego de maletas que trajo ella
cuando se vino a vivir a esta casa.
-¿Nos vamos de viaje? -dijo
Antonio con una sonrisa nerviosa.
-No Antonio, soy yo la que se
marcha y no precisamente de viaje -dijo ella encendiendo un cigarro.
Aunque la noticia le pilló fuera
de juego en ese momento, Antonio no dijo nada porque no era una cosa que le
extrañara. Últimamente la relación no pasaba por una buena época.
Se sentó en el sofá individual,
cerca de Ana, aunque más que sentarse se dejó caer como si su cuerpo se quedara
sin fuerzas. Respiró hondo, puso sus manos sobre su cara y resopló intentando
asimilar rápidamente la situación para poder encontrar una solución al problema
que desde hacía tiempo sabía que le iba a llegar un día u otro.
-¿Podemos hablar e intentar
arreglarlo? -dijo Antonio.
-No hay nada que hablar ya, esto está hablado, más que hablado y decidido por mi parte -Ana expulsó el humo y apagó el cigarro después de haberle dado tan sólo tres caladas-. No puedo más, ya no tengo fuerzas para seguir adelante.
-Sabes que yo te quiero -se arrodilló delante de ella e intentó cogerle la mano, pero ella se la rechazó.
-Pues no lo has demostrado -se puso en pie-. Tu trabajo ha sido tu prioridad desde que nos vinimos a vivir juntos. ¿Cuántas noches paso sola? ¿Cuantos fines de semana no te tengo? ¿Cuantos días me dices que vas a venir y me llamas a última hora para decirme que tienes mucho trabajo y que no puedes?
Antonio se volvió a sentar en el sofá. Se sentía abatido y seguía buscando las palabras adecuadas para poder arreglarlo, pero no sabía qué decir puesto que ella tenía razón en ese sentido.
-Puedo cambiar, cariño, te prometo que puedo hacer un esfuerzo y cambiar -su tono sonaba a súplica.
-Antonio, yo necesito otro tipo de vida, sabes que mi gran ilusión es ser mamá y que tú te niegas rotundamente, sabes que hablar del tema es acabar en discusión y ésa es otra de las grandes razones por la que no podemos estar más tiempo juntos.
Estaba decidida a soltárselo todo ese día. Habían discutido muchas veces por el tema de los hijos y él siempre conseguía comprarla con algo, le decía lo mucho que le gustaría realizar un gran viaje con ella y el poco tiempo que tendrían si tuvieran un bebé. Al principio, Ana pensaba que él sólo le estaba dando largas pero que en el fondo Antonio tenía las mismas ganas que ella de tener un crío, pero iba pasando el tiempo y él no cedía.
-Lo hemos hablado mil veces y sabes lo que opino sobre ese tema -se defendió él.
-También sabes lo que opino yo. Sabes que es mi gran sueño, tener un bebé tuyo y mío -Ana cada vez gritaba más, la rabia y la impotencia estaban a punto de brotar y rompió a llorar.
Él intento abrazarla pero ella volvió a zafarse. Sabía que poco podía hacer ya, todo estaba perdido y en el tema de los hijos no iba a ceder, bajo ningún concepto.
-Lo siento, Ana, pero si marcharte es tu decisión, poco puedo hacer. Te he dicho que cambiaré y que estaré más por ti, puedo hablar con la empresa y cogerme las vacaciones e irnos los dos para estar juntos unos días, arreglar la situación, pero sobre ser padres, no voy a cambiar -dijo él.
-Un viaje, ¿para qué? -preguntó mientras se acababa de secar las lágrimas de su cara, soltando una risa burlona-. Claro, podemos irnos una semana, un buen viaje, todo muy bien, muy divertido, muy romántico, pero luego ¿qué? ¿Volvemos a la misma rutina de siempre? ¿Tu día y noche en el trabajo y yo siempre sola en casa? -su tono era cada vez más elevado, se estaba poniendo más nerviosa viendo la actitud de Antonio, el cual no estaba ayudando mucho en hacerla cambiar de opinión.
-Me marcho, no puedo seguir ni un sólo minuto más en esta casa, sé que con el tiempo será lo mejor para los dos -Ana agarró las maletas y se dirigió hacia la puerta-. Sabes que siempre te querré, pero también sé que contigo no tendré nunca la felicidad que busco.
Abrió la puerta, salió y se marchó sin darle ni un abrazo ni un beso de despedida, tan sólo un portazo que hizo que toda la casa retumbara por unos momentos.
Antonio se quedó solo en aquel comedor, sin poder levantarse del sofá donde estaba sentado. Pensó en correr tras ella y no dejar que se marchara, en besarla y asegurarle el futuro que ella quería tener. Pero no lo hizo. Tenía claro que por mucho que él quisiera, nada podía ser diferente.
Se acercó a la ventana, vio como subía a un taxi y se marchaba, seguramente para siempre.
El móvil de Antonio empezó a sonar mientras él seguía con su frente pegada a la ventana. Lo buscó en su bolsillo esperando que fuese Ana que le hubiera dicho al taxista que fuera al punto de partida y volviese a casa para pasar la noche juntos. Hacer el amor como la primera vez y buscar la mejor forma de continuar la relación.
-¿Si? -contestó Antonio nada más descolgar el teléfono.
-Hola, papi -respondió una voz de niño-. ¿Vas a venir hoy a casa?
-Hola, cariño, hoy papi no irá, pero te prometo que mañana iré. Voy a estar algún tiempo sin viajar tanto -respondió Antonio con una sonrisa en los labios.
-Vale, papá, te quiero mucho -dijo el niño.
-Y yo también. ¿Dónde está mami?
-Se está duchando, es que tenía ganas de hablar contigo y no he podido esperar.
-Muy bien, hijo, un besito y dile que la quiero mucho y que mañana regreso del viaje.
-Vale, papá, buenas noches.
-Buenas noches.